La arquitectura europea tiene sus problemas pero es el atractivo que no pudimos cuidar en Latinoamérica.

Después de más de 22 mil kilómetros, enfermarme dos veces (una en Francia y otra al volver a Panamá), he vuelto. Bastante inspirado dicho sea de paso y ya con los ojos puestos en los futuros viajes: Boquete (Panamá), República Dominicana, Perú, Italia de nuevo y Argentina. Pero luego hablaremos de eso, les iré contando otras historias y detalles del viaje a Europa en las próximas ediciones. Por ahora quiero concentrarme en algo que noté muchísimo nada más bajarme del RER desde Charles de Gaule en el centro de París: la arquitectura es hermosa. Y más que hermosa, es histórica.

París en uno de los pocos días soleados que me tocó.

Caminar por las mismas calles en las que tantas invasiones ocurrieron, el mismo suelo donde Napoleón o Maria Antonieta gobernaron. El nivel de detalle en los monumentos, las calles sin tendido eléctrico colgando, las ciclovías y las espaciosas aceras…

Cosas tan cercanas y realizables y otras que hemos perdido por el camino.

Historia a un precio

Una de las razones por las que hay tantísimo que ver en Europa, es por el nivel de protección arquitectónico y cultural. No solo es un tema de presupuestos, que poco no es, pero principalmente porque también es una inversión a largo plazo. Todo eso lo sientes cuando vas a una ciudad como París, donde los precios de las cosas suelen ser más elevados que en otras ciudades de Francia o fuera de ella. Y si, tiene que ver con la inflación o los impuestos, pero también porque hay más demanda y compites con muchísima gente por ver, comer y dormir en los mismos lugares. 

Galería Lafayette, en París. Pasé mucho aquí y no compré nada.

Aun así, al ser ciudades tan viejas, empiezas a verle las costuras porque muchos de estos lugares no tienen opción. Desde un punto de vista económico y turístico, es imposible ver a Florencia, por ejemplo, modernizarse. Perdería su encanto, la razón por la que la gente visita la cuna del renacimiento italiano, al convertirla en una ciudad para los automóviles, con aceras pequeñas y gente dejando su vehículo frente al Duomo para tomarse un selfie.

Si, muchos de esos lugares tienen siglos de estar en pie, se han tratado sus estructuras y han sobrevivido a guerras, terremotos e inundaciones. Por religión, cultura o negocio, pero ahí siguen. Lo cual tiene otra consecuencia.

El miedo de perderse


En el viejo continente, hay un miedo enorme a lo nuevo, por lo menos a lo diferente. Pero al igual que otras culturas como la japonesa, ese proteccionismo que es parte de lo que los hace únicos, también los está llevando a una espiral de problemas. 

En Panamá, con la gran cantidad de edificios, suelen llamar quienes no viven por aquí, "el Miami centroamericano". Como si por alguna razón eso fuese un halago. Sí, hay muchos edificios, algunos en muy mal estado debido a la humedad y falta de mantemiento. Cuando visitas Panamá Viejo, con sus ruinas e las historias de piratas, añoras que la mitad de eso se hubiera salvado.

O en mi propio país, como lo es Guayabo, una zona indigena con esferas de piedra perfectamente hechas, acueductos de piedra comparables a los de la época romana en medio de la selva o diseño arquitéctonico tomando en cuenta la ubicación del volcán Turrialba, donde nunca caía ceniza sobre sus tierras. 

Ir a Europa es maravillarte no solo porque son países con estilos de vida superiores a los que tenemos en América Latina, sino que entiendes la importancia de la conservación del patrimonio histórico. No solo por temas turísticos, insisto. Es identidad. 

Florencia está con muchos trabajos de mantenimiento y restauración este año.

La identidad no siempre es conveniente, y la historia puede ser incómoda. Como en Italia (y otros países de la zona), donde construir un edificio nuevo tiene un proceso burocrático increíblemente lento. Mi equipo favorito, el AC Milan, no ha podido construir un estadio nuevo y propio, porque nadie quiere dejar a los equipos hacer eso. Su estadio tiene más de cien años. Hay muchos estadios que siguen sin remodelarse desde el Mundial de 1990. ¿La razón? Pueden arruinar la escenografía de la ciudad, tal y como ha pasado con Bruselas, Bélgica.

Perdonen la imagen de stock pero así se ve una ciudad europea como Bruselas hoy en día.


El caso de algunas ciudades de Bélgica es que se permitió la construcción de rascacielos, lo que es algo práctico en temas modernos, pero ha cambiado la estética de clásica ciudad europea por una más americana o del sudeste asiático. Trata de imaginar cómo luciría París o Roma con rascacielos o carreteras atravesándola. Simplemente no sería lo mismo.

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París si fuera diseñado por americanos.


¿Ya es muy tarde para Latam?


No, aunque me cueste decir eso cuando en la capital de mi país se pierden todos los años edificaciones con tanta historia, solo para construir un parqueo. Un maldito parqueo.

Lo que me mantiene con esperanza es que algún día nos demos cuenta que la historia que añoramos visitar en Europa, la hacemos y protegemos nosotros también en nuestros países. Es difícil no sucumbir ante la comodidad de lo nuevo, pero sin volver al pasado, puedes terminar repitiendo lo que decides ignorar. Y esos monumentos, por más majestuosos que se vean, son recordatorios que muchos derechos, progresos y comodidades de hoy en día, deben ser protegidos siempre. No de vez en cuando. No cuando haya tiempo. 

Siempre.


Una vez más, gracias por leerme, “hasta dentro de quince días”, Mal Turista.

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